Este blogfolio reúne trabajos de mi autoría realizados en el marco de la Diplomatura Superior en Educación y Nuevas Tecnologias, FLACSO-Argentina, además de algunos otros textos que en diversas ocasiones escribí sobre la compleja y rica relación entre lectura, escritura y nuevas tecnologías.


Educar en el siglo XXI, entre el lápiz y la computadora

El blogfolio ha sido creado en el marco de la Diplomatura en Educación y Nuevas Teconologías, que se dicta en FLACSO-Argentina, cohorte 2008-2009, como una de las actividades prácticas del cursado. De esta manera, los posteos tendrán como objetivo básico responder a algunas de las consignas de trabajo propias del posgrado.


He elegido este tema en función de mi trabajo profesional como docente en el área de Lengua, en el afán de profundizar sobre los complejos procesos de aprendizaje del lenguaje escrito. En este sentido, desde hace tiempo la polémica sobre el impacto de las nuevas tecnologías en las culturas infantiles y juveniles, o generaciones @, tiene una fuerte presencia en las escuelas, en los medios, en los espacios de capacitación docente. Sin embargo, no es fácil ponerse de acuerdo. La dicotomía entre la tecnofilia y la tecnofobia se queda en la superficie del problema (o más bien lo evade), desde posiciones que muchas veces no tienen más fundamento que los temores inútilmente disimulados de generaciones de maestros y profesores ante aquello que ya no se puede "controlar".
Se habla asimismo de nuevas alfabetizaciones, de analfabetos funcionales, de iletrismo, de alfabetización emergente. Una compleja temática que no podemos eludir quienes trabajamos en educación, siendo, por el contrario, nuestra responsabilidad investigar, formarnos, aprender, observar lo que sucede en las aulas, escuchar a nuestros alumnos, dialogar con ellos. Y a la vez, dialogar con nuestros colegas de las diferentes áreas, compartir temores, dudas, encuentros, logros. Posiblemente, de esa manera, el aprendizaje colaborativo del que hoy tanto se habla, comience a ser el signo de una nueva educación para todos.

E-mail: beatriz.vottero@gmail.com

1 mar 2009

Enseñar y aprender en redes

Educación virtual y educación presencial. Varias aristas de una paradoja

En esta oportunidad, voy a referirme a mi experiencia en educación presencial y en educación virtual o a distancia, para reflexionar sobre el blended learning, así como sobre las diversas posibilidades de comunicación que nos ofrecen los recursos tecnológicos.
Para ello me voy a remitir, en particular, a la enseñanza en el nivel superior, ya que me desempeño en formación de nivel universitario y no universitario, en carreras de grado y de posgrado.
Mis alumnos de la universidad pública y del profesorado no universitario no tienen, en su gran mayoría, la disponibilidad de una computadora de uso privado. La mayor parte de ellos vive en la ciudad de modo transitorio, y deben asistir a un ciber o a la biblioteca municipal para hacer uso de las máquinas. Ello implica que, debido al costo y a la necesidad de movilizarse, no interactúen asiduamente con la informática. Cuando acceden a internet, lo hacen para buscar información, para jugar, para chatear con amigos o visitar fotologs. En la universidad disponen de computadoras de uso muy restringido, a través de los centros de estudiantes, de manera que las utilizan casi exclusivamente para imprimir sus trabajos y revisar el correo. Los alumnos de la institución no universitaria no disponen de computadoras en la escuela, a no ser que se trabaje con algún profesor específico en el gabinete de computación. En ambos casos, los pocos alumnos que residen en la ciudad con sus familias, si disponen de un ordenador en el domicilio, será casi siempre compartido por varios miembros del núcleo familiar.
Los alumnos de educación virtual (en este caso formación de posgrado), en cambio, al seguir el cursado desde sus domicilios particulares o desde sus lugares de trabajo, disponen en su mayoría de una conexión de banda ancha (aunque no en todos los casos, ya que en muchos lugares del país la conexión es bastante deficiente).
Podría clasificar, entonces, a un grupo de alumnos que hacen su carrera de grado, como “escasamente conectados”, con quienes el intercambio personal y el diálogo directo prácticamente se reduce al encuentro semanal de clases presenciales. Y al otro grupo, de profesionales que hacen su formación de posgrado, como “asiduamente conectados” dadas las características de la opción, que es exclusivamente virtual (se trata de un curso anual para formadores de formadores que se desempeñan en Institutos de Formación Docente de todo el país, dictado por FLACSO-Argentina).
Veamos qué pasa con el primer grupo. En el último tiempo, hemos ido adoptando la costumbre de comunicarnos a través de los teléfonos móviles o celulares para alguna eventual información, con rápida eficacia, pero no he conseguido que nos comuniquemos eficientemente a través de otros recursos, por ejemplo el correo electrónico. Cada vez que, incluso habiéndoles anticipado que les enviaría alguna notificación o material de lectura para leer previamente a una clase, buena parte del grupo llega al aula sin haberlo visto, o en algunos casos sin haberlo leído “por no tener posibilidad de imprimirlo”. En otras oportunidades los he invitado a visitar una página de internet, y ocurre lo mismo.
He conseguido (no sin cierta resistencia) en la universidad, disponer semanalmente de un aula con computadoras e internet. Sin embargo, los alumnos encuentran que resulta “interesante” pero “se pierde tiempo” al trabajar en el gabinete, ya que la clase no tiene las características de la exposición tradicional y se interactúa preferentemente en pequeños grupos.
Hasta aquí, considero que lo expuesto es, por lo menos, para seguir pensando. Cabe remarcar que estoy hablando de jóvenes aspirantes a profesores, con quienes seguramente encontraríamos diferencias sustanciales si comparamos lo que ocurre en los niveles primario y medio, en cuanto a la relación de los chicos con las computadoras y otras herramientas info-telemáticas. Tampoco se pretende que el caso presentado sea representativo de todo el sector. Estoy refiriéndome a alumnos del interior del país, de clases medias y medio-bajas, en la mayoría de los casos sostenidos económicamente por sus padres, donde no se reconoce aún como necesidad inmediata que los estudiantes dispongan de una computadora y una conexión a internet para seguir sus estudios.
De esta manera, el blended learning, con estos estudiantes, es por ahora apenas un intento, por no decir un fracaso. Ellos esperan del nivel superior un estilo académico tradicional, basado en la clase expositiva y en el estudio de un material bibliográfico previamente acordado para la aprobación de los diversos espacios curriculares. No desean adaptarse a curriculum flexible, y entienden como una exigencia excesiva que se los envíe a explorar en la red, aun con un mapa de ruta. No se quejan del enorme costo en fotocopias que el cursado les demanda, y en cambio consideran un gasto extravagante que se les solicite el uso de recursos tecnológicos por los que deben abonar. Incluso sucede que muchas veces preguntan si es obligatorio “pasar el trabajo en computadora”, ya que acostumbran a escribir de forma manuscrita sobre papel, y entienden que el paso a la impresión sólo es un recurso que afecta a la prolijidad de la entrega.
En el segundo caso, en cambio, se trata de alumnos adultos que ya ejercen la profesión docente, y que reconocen, en la mayoría de los casos, el primer temor a la tecnología y por lo general la escasa experiencia que tienen con el uso de la computadora (las edades oscilan entre los 28 y los 66 años). Sin embargo, paradojalmente, con ellos el diálogo es asombrosamente fluido y el seguimiento de su proceso de aprendizaje es constante y personalizado. Usamos, para los diversos intercambios, los canales propuestos en la propia plataforma moodle, con espacios de conversaciones, debates, café, correo, devolución y comentarios sobre trabajos escritos, siempre de modo diferido pero sin tardanza. No se les exige la utilización de otros recursos, a no ser algún material audiovisual incorporado en las clases, de fácil acceso. Los recursos bibliográficos se presentan a través de documentos en pdf, por lo general, o de enlaces.
Claro que la tutoría virtual requiere una enorme dedicación, en tiempo disponible y en formación académica, pero no es menos de lo que un docente de clases presenciales está dispuesto a ofrecer. La diferencia estaría, de acuerdo con lo expuesto, en que el estudiante “a distancia” acepta con toda naturalidad el desafío a comunicarse de manera permanente (inclusive venciendo sus propios temores a “la máquina”) y el estudiante “presencial”, en cambio, por lo menos el estudiante que he descripto, se resiste a la innovación tecnológica aplicada a su cursado. Ello significa, en gran medida y como lo he anticipado, que estamos frente a una gran paradoja.
Posiblemente, y siguiendo en el campo de lo paradojal, la educación en línea, o virtual, nos dé algunas pautas para modificar ciertas prácticas arraigadas, sobre todo referidas a los modos de evaluar los trabajos de los alumnos. Lo común, lo corriente en la educación presencial, es que hagamos observaciones más “formales” y menos explícitas, tales como “revisar”, “rehacer”, incompleto”, “no se condice con la consigna”, etc. En la educación virtual, en cambio, ante la necesidad de entablar un verdadero diálogo con el alumno, nos explayamos en nuestras observaciones, casi siempre somos menos rígidos en el trato, más informales, más explícitos. Una práctica que, seguramente, le haría bastante bien a la educación de aula, donde nos vemos a menudo con los alumnos pero pocas veces conversamos con ellos como lo requiere la educación a distancia. Para seguir pensando.

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